Master para funcionarios

Siempre me gustó la docencia universitaria y hace años intenté varias veces optar a una plaza como profesor asociado en la Universidad de mi ciudad. Digo como profesor asociado porque ya tengo un trabajo principal y porque de esta manera podría aportar en mi docencia la experiencia práctica de la que tanto adolece mi Universidad. De hecho, la figura de profesor asociado nace para poder compaginar trabajo y docencia y enriquecer la teoría academicista con la experiencia laboral del docente.

Pero como yo era un desconocido porque apenas aparecí por clase mientras cursaba mis estudios (se trataba de mi tercera carrera, y al estar trabajando, casado y con hijos apenas podía ir a clase, nutriéndome de los apuntes de un par de buenos amigos a los que siempre recordaré con agradecimiento), y como el departamento en el que yo podía colaborar como profesor asociado era (y es) un auténtico cortijo, pues no tenía posibilidades. Esto de ir por clase es muy importante para luego quedarte como docente. Primero te tiras unos años como becario besando la mano (por no decir el culo) del que te enchufó, y poco a poco asciendes pudiendo ocupar una plaza de profesor asociado a pesar de que el alumno nunca haya tenido experiencia fuera de la Universidad. No dudo de la capacidad intelectual de estos becarios que se convierten en profesores asociados, pero es una realidad que sus conocimientos son teóricos y apenas pueden aportar experiencia del mundo real a su docencia, lo cual es lo que da razón de ser a las plazas de profesor asociado cuya docencia sólo le ocupa algunas horas a la semana.

Conforme escribo esto recuerdo una anécdota protagonizada por uno de estos profesores-becarios cuyas consecuencias casi me hacen repetir una asignatura. Así que no me reprimo las ganas de contarla. Ahí va:

Cursé una asignatura que se llamaba «Modelado y Simulación» en la que se estudiaban las técnicas para modelar cualquier aspecto, circunstancia, fenómeno…que pueda ser observado, de forma que dicho modelo pueda ser tratado por un ordenador y de esta forma simular su comportamiento variando los parámetros que se hayan definido. Un ejemplo de la importancia de la simulación puede ser el siguiente: si una empresa quiere instalar una gran fábrica, pongamos por caso de vehículos, antes comprobará mediante la simulación si el funcionamiento de dicha fábrica será adecuado (la simulación ayuda a establecer entre otras muchas cosas el número de estaciones de pintura, de soldadura, de montaje, de pruebas… evitando errores y por tanto ahorrando dinero). La simulación sirve para cualquier fenómeno observable y que pueda someterse a la metodología de la dinámica de sistemas, de hecho, los sabios del Club de Roma pretenden hacer una simulación del mundo, trabajo este que encomendaron hace años al prestigioso MIT (Instituto tecnológico de Massachussets) y que muchos consideran una falacia.

Esta asignatura era para mi bastante complicada, así que fue una de las pocas a las que asistí a algunas clases. En una de ellas el profesor, de origen becario y sin experiencia de la vida real, nos propuso modelar el comportamiento de la población de las ballenas en el Atlántico norte y simular su evolución considerando los índices de pesca y de las restricciones en materia marítima de la Secretaría de Marina del Gobierno americano, entre otros factores.

Pocos días después nos puso otro ejercicio, en este caso era modelar la población de las ratas de las alcantarillas de Nueva York, basándonos en otros parámetros que ni siquiera recuerdo. Entonces levanté la mano y le propuse al profesor que, con objeto de hacer un ejercicio más interesante y cercano, que hiciéramos el modelado del funcionamiento de algún tipo de empresa, de negocios, de la bolsa… El profesor me miró con ira y me dijo en voz alta y ante toda la clase. —Aquí no se viene a filosofar, y a ti ya te tengo «calao» (sic)—. Me molestaron varias cosas, por un lado que me pusiera en evidencia ante toda la clase, también que fuera más joven que yo y me hablara con esa falta de respeto, pero sobre todo que el profesor se limitara a poner los ejercicios del libro sin tener ni idea de cómo funciona el mundo exterior a la Universidad y aun así se sintiera con el poder que le otorga ser un profesor.

En junio suspendí esa asignatura, pero afortunadamente en septiembre me corrigió otro profesor y aprobé sin problemas.

Disculpad el rollo anecdótico. Continuaré por donde iba. Decía que el cortijo en que se había convertido el departamento en el que me hubiera gustado colaborar impartiendo docencia, así como el no ser un alumno convencional que traga con todas las putadas que le gasten los jefes de departamento me impidió acceder a una plaza de profesor asociado.

Entonces opte por otra Universidad, y fácilmente encontré un hueco en una de otra ciudad para impartir cursos de posgrado. El inconveniente era que la docencia sería a distancia haciendo uso de plataformas de elearning. No es el tipo de docencia que más me gusta, prefiero la presencial, pero en parte satisfacía mi hasta entonces frustrada vocación docente.

Llevo ya cinco años en el cuadro docente de esta Universidad, y he llegado a impartir hasta cuatro asignaturas en un curso académico. El hecho de que imparta tantas asignaturas es que existe un Master en Administraciones Públicas cuyas asignaturas ningún profesor quiere impartir, y desde la Dirección me propusieron su docencia, añadiendo dos cursos a  los que ya impartía. Me decían que yo era el más adecuado porque a mi experiencia docente sumaba mi experiencia de 20 años en la Administración Pública. Así que, como no sé decir que no, accedí.

Actualmente imparto cuatro asignaturas. Dos de ellas van dirigidas a directivos de todo tipo de empresas, tanto privadas como públicas. Pero otras dos tienen como principales destinatarios a funcionarios con cargos relevantes de la Administración.

Hace unos días envié un escrito a la Dirección del Centro informándole de la poca participación y el nulo interés de los alumnos de las «asignaturas para funcionarios». Apenas si participan en el foro del aula virtual en donde planteo cuestiones para el debate. A la mayor parte de la sesiones de chat no aparece nadie. Los ejercicios de control para ver el progreso de los alumnos apenas si lo entregan la cuarta parte de los alumnos (a pesar de que la participación y los ejercicios tienen un peso en la calificación final). También parece que no tienen dudas porque ni siquiera hacen preguntas en el foro.

Pues bien, ayer tuve una entrevista con la Dirección del Centro acerca del escrito que les envié, y el resumen de la misma fue el siguiente.

Desde esta Dirección sabemos que los cursos a los que te refieres y el Master en general al que pertenecen dichos cursos adolecen de los problemas que dices, y los motivos son varios: (1) evidentemente hay menos alumnos porque los funcionarios no suelen pagarse estos cursos que son caros y sólo se matriculan si su ministerio, consejería, ente local… se los paga, (2) el interés que muestran por el curso es mínimo ya que si suspenden no les duele en su bolsillo ya que el curso se los pagamos entre todos los ciudadanos, (3) hemos comprobado que tus sesiones de chat las organizas por las tardes-noche, y sabemos que la afluencia sería muy diferente si las convocaras por las mañanas, en horas de trabajo…

En resumen, se matriculan con dinero público, no se molestan en hacer ningún trabajo, y si al final consiguen aprobar pues bien, más puntos para un concurso de méritos, pero si no aprueban no pasa nada porque ellos no pierden su dinero.

Pregunté entonces por qué se imparte dicho Master, y la respuesta fue que un Centro de la importancia y prestigio del nuestro tiene que tener en su oferta docente un Master sobre esta materia.

Y esto que cuento es real como la vida misma, y no el fruto de mi calenturienta imaginación de funcionario en contra del sistema al que él mismo pertenece.

11 comentarios en «Master para funcionarios»

  1. Dices (y denuncias) tantas cosas que sólo puedo felicitarte. Hay que mejorar las AAPP desde dentro y seguro que tu lo intentas. Pero los que estamos fuera debemos aprovechar la «tendencia» a la «transparencia» para preguntar cuanto se gastan (nos gastamos) en formación y la eficiencia de la misma, es decir, cuantos funcionarios acceden a tareas de más valor después de dicha formación.

    1. No puedo ser muy explícito, pero puedo aseguraros que mis actuaciones van más allá de denunciar a la AAPP en Internet, por eso no me queda más remedio que escribir bajo seudónimo. Pero estoy ansioso por quitarme la máscara.

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