Generoso, pero no gilipollas

Siendo yo un niño, en mi casa se instauró una democrática forma de gestionar la exigua paga paternal que teníamos asignada los 5 hermanos, y que consistía en hacer un fondo común del que se sufragaban las chucherías que todos podríamos disfrutar equitativamente.

Enseguida me di cuenta de que fue un error entrar en aquel juego, aunque tampoco podía escapar de él porque el fondo estaba garantizado por mi padre el cual –como buen socialista- estaba satisfecho con la forma de gestionar la asignación. Resulta que nada más disponer del dinero, mis hermanos corrían al kiosco a comprar las chucherías, y regresaban cargados de pipas, chicles y caramelos (hace tantos años de esto que ni siquiera existían los gusanitos ni las palomitas). Y por extraño que parezca a mi no me gustaban esas golosinas. Yo tan sólo tenía predilección por el regaliz, que por su fuerte sabor no era del agrado de mis hermanos, y como yo era el único que demandaba este producto, su presencia en la bolsa dominical de chucherías era testimonial.

O sea, que la mayor parte de mi paga semanal se gastaba en chucherías para mis hermanos. Una forma de generosidad impuesta que siempre me pareció injusta.

Han pasado muchos años desde entonces. Ahora vivo en una sociedad democrática, lo sé, y eso conlleva la coparticipación en una serie de gastos que permitan disponer de mejores servicios para la sociedad en su conjunto, como la sanidad, la enseñanza, las infraestructuras de comunicaciones… y tantas otras que debo soportar con mis impuestos y que pago sin quejarme. Pero hay una serie de servicios (por llamarlos de alguna manera) que no son importantes para la sociedad, que son completamente prescindibles, que no utilizo, que incluso van en contra de mis principios, y que pago involuntariamente con mis impuestos. La mayor parte están relacionados con aspectos lúdicos, aunque no todos:

  • El fútbol. Y me refiero al fútbol como espectáculo, no como deporte. No critico que con mi dinero se apoye al deporte, a todo tipo de deporte, sino que lo apoyo. De lo que me quejo es de que una parte del dinero que sale de mi bolsillo vaya a parar a subvencionar un espectáculo que no sólo no me gusta sino que me desagrada (algunos motivos de mi rechazo al fútbol pueden encontrarlos en ¡Estoy hasta los güebos de La Roja!). Me dirán que no existen subvenciones para los equipos de fútbol profesionales, es decir, los que se dedican al espectáculo, pero yo puedo responder a eso con lo que ocurre en mi ciudad, y es que el estadio de fútbol de un equipo de primera es propiedad del Ayuntamiento y de la Administración autonómica, quienes cubren todos los gastos que surgen del mantenimiento y gestión de esta infraestructura. Y luego alquilan el estadio al equipo titular de la ciudad por el módico y simbólico precio de 1 euro. Y digo yo que por qué tengo que mantener una infraestructura donde se celebran espectáculos que no me gustan.
  • Los Toros. Aquí si que hay subvenciones directas al sangriento espectáculo. Pero además, en mi ciudad la plaza de toros es de la Diputación provincial, quien corre con todos los gastos de gestión y mantenimiento. De nuevo parte de mi dinero se dedica a un espectáculo al que no sólo no voy sino que me desagrada profundamente por su sadismo (Inciso: la polémica que desató recientemente la prohibición de los toros en Cataluña nos presentó en un telediario a una señora amiga de la sangrienta fiesta que afirmaba que dicha prohibición iba a suponer un gasto para la Administración que paliara las pérdidas de todos los implicados en este negocio que iba a desaparecer, y añadía que ella no estaba dispuesta a colaborar, pero esta insolidaria señora olvidaba que todos los españoles, incluso los antitaurinos, llevamos toda la vida colaborando con nuestro dinero a las subvenciones de un espectáculo cruel que no deseamos que se celebre). Y digo yo que por qué tiene que subvencionarse con mi dinero un espectáculo sangriento.
  • El cine, un espectáculo por excelencia, también recibe subvenciones. Se trata de cultura y por tanto estoy de acuerdo con que se le dote económicamente con ayudas y subvenciones. El problema en este caso radica en que rara vez puedo ver una película española, porque independientemente de la calidad de la cinta, las películas españolas suelen tratar temas escabrosos y violentos, e incluso en las películas “normales” se utiliza un lenguaje soez y de mal gusto impropio para los pequeños. Por eso no puedo ir a ver estas películas en familia porque no me parece lo más adecuado para mi hija. Sí, hay excepciones con películas dirigidas al público infantil, pero son eso, excepciones. Y para más inri, las películas pornográficas que se ruedan es España, y que no son pocas, también reciben subvenciones por su marcado “interés cultural”. Y digo yo que por qué tengo que pagar con mis impuestos la grosería y ordinariez.
  • En los festejos en los que el ruido y el alcohol se convierten en protagonistas, tampoco participo, pero sí pago con mis impuestos. Así, las ferias, carnavales, romerías… y otros muchas fiestas que detallo en mi post Festejos democráticos se organizan con dinero público de los Ayuntamientos. Y digo yo que por qué tengo que soportar los gastos que conllevan crear un ambiente ruidoso que como mínimo promueve el consumo de alcohol cuando no el de la droga, así como la inseguridad ciudadana.

Quizá los que acaban de leer esto dirán que soy un bicho raro y que no sé divertirme. Probablemente llevarán razón. Pero no por ello tengo que pagar las diversiones de los demás. No soy ningún tacaño pero mi esplendidez, que no es poca, quiero ser yo quien la gestione, porque yo soy generoso pero no gilipollas. Y es que son muchas las cosas completamente prescindibles que pago a través de los tributos y que yo preferiría dedicar a otras cosas de bastante mayor importancia para la sociedad.

No me niego a colaborar en el mantenimiento de los servicios necesarios para la sociedad del bienestar, es más, no me importaría pagar más si con ellos se mejorara la sanidad, las pensiones, las carreteras, el desempleo, la enseñanza, etc. Pero sí rechazo tajantemente pagar de mi bolsillo la diversión de los demás (que como digo en el post antes referido, son siempre los mismos).

¡Ah!, hay otra cosa que no quiero pagar y que no comprendo por qué he de hacerlo ya que España es un Estado laico. Me refiero al dinero que se dedica a las Iglesias (a todas ellas, sea cual sea la cantidad asignada). Y digo yo que por qué, siendo agnóstico, he de contribuir con mi dinero a salvar el alma de los creyentes.

Que los juerguistas se paguen sus fiestas, y que los creyentes se paguen su salvación.

9 comentarios en «Generoso, pero no gilipollas»

  1. @psclhest,
    Coincido en gran parte con los postulados de Crandell, pero tan sólo hacer una pequeña observación: a la luz de la Constitución y del ordenamiento jurídico, este país no es laico, es aconfesional, que no es lo mismo. Llevamos un tiempo escuchando a los políticos y por extensión a muchos periodistas intentando hacer sinónimo a ambos conceptos, cuando etimológica y semánticamente son muy diferentes. Un país aconfesional es aquel donde el Estado no tiene confesión oficial, lo cuál no quita para que puedan existir relaciones de preferencia hacia la religión mayoritario (caso de España), mientras que un Estado laico es aquel donde no sólo no existe una religión oficial, sino que no se permite ninguna referencia externa de ninguna (ojo, que digo de ninguna), como por ejemplo Francia, de ahí la polémica suscitada por el uso del velo islámico, etc.
    Un saludo

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