La Administración de bajo coste

El fenómeno comercial denominado “bajo coste” tiene su paradigma en las aerolíneas baratas, pero estas son sólo la parte visible de una tendencia que se extiende cada vez más. Las empresas que ofrecen productos y servicios a precios más baratos de los considerados “normales” cubren cada vez más sectores.

Las líneas aéreas parecen ser las pioneras de la idea, aunque algunos afirman que los auténticos artífices del invento son las tiendas “de los veinte duros” —actualmente redenominadas como “del chino”—. Pero éstas no son ni mucho menos las únicas: los supermercados también se han apuntado a este fenómeno con la proliferación de las “marcas blancas”; la industria del mueble rebaja costes y precios con el “lléveselo y móntelo usted mismo”; el comercio textil vende mucho más barata la moda de las temporadas anteriores mediante el sistema de ventas denominado factory; los servicios de telefonía móvil bajan precios con la pujante entrada de nuevos operadores con tarifas agresivas; la industria automovilística fabrica vehículos pequeños y baratos; la informática va mucho más lejos con el uso del software libre dando lugar al fenómeno del no-cost; las aseguradoras ofrecen pólizas que cubren los riesgos mínimos para abaratar al máximo; las entidades financieras utilizan Internet como soporte a la banca virtual, lo que le permite ahorrar en infraestructura y personal, y reducir en todo tipo de gastos y comisiones; los viajes en tren ofrecen servicios semejantes a los de las aerolíneas baratas; podría decirse que el sector inmobiliario se incorpora a este movimiento con la construcción de los minipisos de 25 ó 30 metros…; hoteles, rent a car, tabacaleras, intermediarios financieros, consultorías y asesorías… todos se apuntan al movimiento del low-cost. Y la lista va en aumento.

Ofrecer productos y servicios a bajo precio para aumentar la cuota de mercado es el objetivo final del movimiento low-cost, y aunque la forma de conseguirlo varía mucho de un tipo de negocio a otro, en todas destacan dos aspectos comunes: el primero es ahorrar costes eliminando o minimizando lo superfluo y prescindible, y el segundo es repercutir este ahorro en el cliente final para ganar su fidelidad y ampliar su cuota de mercado.

Este concepto que tanto éxito está teniendo en la empresa privada, parece que no es en absoluto aplicable a la empresa pública, sin embargo sí podemos establecer cierto paralelismo entre ambas en el primero de los aspectos destacados: el ahorro en costes. La diferencia radica en que, si bien en la empresa privada ese ahorro lo repercute en el precio final, en el caso de la Administración pública esto no tiene sentido (¿o quizá sí?)

¿Qué sentido tiene entonces el low–cost en la Administración? En mi opinión se trata de una cuestión de imagen y también de coherencia del político con el sentimiento ciudadano. El contribuyente vería con buenos ojos que los Entes Públicos fueran prudentes y moderados con el gasto de la Administración, el ciudadano agradecería la sensatez y el comedimiento en la aplicación que se hace del dinero público. No me refiero a velar por los aspectos legales y formales de los gastos, cuya misión corresponde a los interventores de la Administración, sino a aplicar criterios de ahorro y de gasto público razonable en la ejecución de los presupuestos, sobre todo en estos tiempos de crisis.

Eliminar los desembolsos superfluos, reducir los gastos ceremoniales, erradicar los regalos protocolarios, remediar la redundancia de los servicios, impedir el despilfarro, prescindir del lujo y la ostentación, aplicar la sobriedad en actos y celebraciones, suprimir el gasto inútil, ahorrar en el consumo, evitar viajes innecesarios… y, en definitiva, minimizar en los gastos no fundamentales, es decir, aquellos que no están directamente relacionados con la prestación de servicios a los ciudadanos. Todas estas son medidas que, a buen seguro, serán del agrado de un buen número de contribuyentes que sienten cómo una buena parte de su dinero se utiliza para fines completamente prescindibles y muy poco prácticos, mientras que detectan muchas carencias que quizá puedan ser resueltas con un poco de inversión.

La sencillez, la humildad, el comedimiento y la prudencia son virtudes que la clase política debería convertir en un compromiso con los ciudadanos. Creo no arriesgar mucho si afirmo que las clases más modestas —es decir, la mayor parte de la ciudadanía— agradecería este empeño.

Aplicar la austeridad en el gasto público puede requerir un esfuerzo notable de los responsables políticos, pero a buen seguro este esfuerzo se vería correspondido con un generoso número de votos.

“La Administración de bajo coste” no supondría un menoscabo a los Servicios que ésta debe prestar, ya que estos no se verían afectados por los recortes. Gastar con sensatez podría interpretarse como una forma que tiene la clase política de valorar el esfuerzo que los ciudadanos hacen al pagar los impuestos. No es agradable cumplir con la Hacienda Pública, pero probablemente nos resulte un poco menos difícil si sabemos que nuestro dinero no se va a utilizar para las apariencias y el derroche, y en cambio se dedicará más a resolver las necesidades de la sociedad.

Alguien podría pensar que la Administración de bajo coste podría considerarse signo de miseria o de tacañería, de mezquindad. Sin embargo no se piensa así cuando el low-cost se aplica en la empresa privada, y buena señal de ello es la proliferación de las mismas incluso en marcas de reconocida calidad y prestigio. Eliminar el gasto público innecesario no es sinónimo de ruindad, porque no se trata de ahorrar, sino de redistribuir mejor el gasto.

El texto «La Administración de bajo coste” fue publicado por vez primera en julio de 2008 en las «1001 ideas», una web participativa que permitía recoger ideas para mejorar la Administración Pública. Fue en este foro donde Carlos Guadián leyó el texto y lo comentó en k-Government. Este fue el comienzo de la relación entre Louis Crandell y k-Government. Y me permito reproducirlo aquí porque, como indiqué en mi anterior post (El eyaculador automático), creo que hoy más que nunca su contenido cobra sentido.

6 comentarios en «La Administración de bajo coste»

  1. Sin duda estamos lejos de tener una Administración de bajo coste, lo que tenemos es una Administración con un coste altisimo y además muy ineficiente. Por tanto, lo siento por todos aquellos que viven a costa del presupuesto como funcionarios pero la realidad es que habría que eliminar la mitad cuando menos , con el 50% serían suficientes, claro que para eso tendriamos que eliminar tambien las auotonomías que no sirven para nada más que para gastar y que se empleen vagos y maleantes. En fin. la cosa no es sencilla pero es que tenemos una Administración de marca blanca o peor incluso.

    1. Por supuesto que tienes derecho a manifestar tu opinón libremente, pero el texto sobre el que haces tu comentario habla de comedimiento en el gasto. En ningún momento me refiero, ni siquiera implícitamente, a eliminar funcionarios, ni las Administraciones Autonómicas. Ni digo que los empleados públicos sean vagos y mucho menos maleantes.
      Respeto tu opinión, pero en ningún momento debe entenderse que el desarrollo de mi propuesta pasa por medidas como las que propones (y los que me leen saben lo crítico que soy con los funcionarios y la Administración).
      Y además, creo que esa prudencia al gastar debe comenzar por la clase política, que en mi opinión es más dada al derroche que los empleados públicos.

  2. Muy interesante. No estaría mal un planteamiento más pormenorizado de lo que ello supondría. Y ya combinado con una adecuada motivación del empleado público, no tanto por el vil metal cuanto por una valoración y un reconocimiento de su trabajo, tanto por parte de los que están por encima como por el propio empleado, sería la pera limonera. Entonces sí que empezaría a creer que esto de la administración electrónica podría llegar a ser realmente el punto de inflexión hacia una mejor administración y no una simple inyección de (más) tecnología en los puestos de los funcionarios…

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