Síndrome prelaboral de un trabajador fatigable

 

Comienzo mi segunda mitad de las vacaciones. Siempre que puedo las tomo en dos partes porque prefiero dos pequeños síndromes postvacacionales en lugar de uno grande.

Aquí hago un inciso para hacer una digresión sobre cómo creo que se debería denominar dicho síndrome. A mí me parece más adecuado llamarlo «síndrome prelaboral» por dos razones: por un lado porque mi malestar no se debe a que las vacaciones se agoten, sino a que comienza el poco gratificante trabajo que normalmente se lleva a cabo en la Administración; y por otra parte, y principal, a que los efectos del síndrome no se manifiestan con el retorno al trabajo sino que empiezo a padecerlos desde varios días antes de reincorporarme. Disculpen la digresión, pero los que me leen se habrán dado cuenta de que todo lo someto a análisis (deformación profesional), incluso los conceptos sobre los que hablo.

Continúo. Debo reconocer que mi trabajo no es agotador desde el punto de vista de la energía física que necesito para cumplir con mi deber. Desde el punto de vista «intelectual» sí que requiere cierto esfuerzo, pero no es éste el que me provoca tamaña desazón. Porque, aunque esté mal que yo lo diga, el trabajo no me asusta. De hecho me gusta trabajar, y eso es evidente si tenemos en cuenta que a mi trabajo en la Administración debo añadir las asignaturas que imparto en la Universidad (que este curso son cuatro), así como mi trabajo en la empresa que he montado junto a mi mujer y mi hijo, más el tiempo que he de dedicar a mis estudios en pos de una nueva carrera universitaria. Queda claro que no es el trabajo por sí mismo lo que me preocupa de mi regreso. Para mí trabajar es una necesidad y, normalmente, casi un placer, sin embargo me cuesta mucho el retorno (pero no crean que no me canso, también me gusta disfrutar de una tarde sin hacer nada, tirado en el sofá y leyendo con la música puesta, porque no soy un superhombre y siempre me consideré un trabajador fatigable, en realidad cada día más).

En mi caso la inquietud por la vuelta al trabajo se debe a causas muy distintas. No quiero ir a trabajar por la gran insatisfacción que me produce reincorporarme a un ambiente en el que predominan los intereses particulares antes que los de los ciudadanos, un sitio en el que más que trabajar parece que se esté jugando una partida de ajedrez y al llegar debo analizar los últimos movimientos para situarme intentando evitar que me den «mate», un trabajo en el que cuando hay problemas serios se buscan «cabezas de turco» en lugar de resolver eficazmente… Un lugar en el que se dedica más tiempo a intrigar que a trabajar.

Y creo que mi caso no es una excepción.

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