El eyaculador automático

La dirección del Ente Público en el que trabajo se ha tomado muy en serio lo de la gripe A y ha puesto en marcha multitud de medidas para defendernos de la pandemia (de la cual, por cierto, yo no les he pedido que me defiendan).

Son tantas las medidas y el coste que ello supone que, en mi opinión, se están saltando todo principio de proporcionalidad. Parece que quieren que todos los funcionarios estemos sanos y en nuestro puesto de trabajo, aunque los recortes presupuestarios por culpa de la crisis tengan a un buen número de compañeros “mano sobre mano” por la falta financiación para muchos proyectos.

La última medida ha consistido en la instalación, cerca de las puertas de entrada al edificio así como al lado de los ascensores, de máquinas dispensadoras de “gel bactericida” (por cierto, ¿no se trataba de un virus, entonces por qué intentamos destruir a las inocentes bacterias?).

Hace tiempo que conozco este tipo de gel así como la ventaja de utilizarlos en sitios donde el contagio de enfermedades puede ser alto. Los vi por vez primera en un hospital cuando hace años tuve que visitarlo con demasiada frecuencia. Se trataba de un dispensador parecido al que se pone en los cuartos de baño de los hogares para el jabón líquido, sólo que estos dispensadores del hospital estaban atornillados a la pared, y bastaba presionar con un dedo para que el aparatito expulsara un chorrito de gel por la parte de abajo.

Pero cuando vi ayer los dispensadores de gel que han puesto en mi trabajo, ni siquiera los reconocí como tales. Parecían artefactos más propios de una nave espacial, con una luz fluorescente y un diseño futurista. Al principio pensé que, dada su ubicación cerca de las entradas, se trataba de un nuevo dispositivo de control de presencia, porque incluso parecía tener un display.

Curioso me acerqué para examinarlo, y ante la falta de ranura para pasar la tarjeta supuse que el sistema estaría basado en un transductor de cercanía como el de los bonobús de mi ciudad, así que me agaché para mirar el aparato por la parte de abajo donde parecía que habría que acercar la tarjeta de empleado para fichar. Mi presbicia me obligó a acercarme mucho y entonces oí un sonido parecido a un quejido y sentí que algo húmedo era expelido con fuerza, cual escupitajo, sobre mi cara.

Instintivamente me retiré de un salto al tiempo que me llevé las manos a la cara para limpiarme el viscoso líquido. Luego miré mis manos y al ver el gel sobre la palma, escurriéndose entre los dedos, y recordando el quejido que soltó la máquina al expulsarlo, lo primero que se me representó fue que el extraño artefacto había eyaculado sobre mi rostro.

Luego me enteré que habían puesto máquinas eyaculadoras por todo el edificio y nadie nos había avisado de ello, ni siquiera poniendo un papelito informativo al lado del eyaculador eléctrico (hoy ya sí la han puesto).

Presumo que estas máquinas automáticas expulsadoras de líquidos de textura y densidad similar a los seminales (al menos al líquido seminal que yo conozco), con su aspecto futurista, su mecanismo automático y con la necesidad de funcionar con energía eléctrica, deben ser bastante más caras que aquellos dispensadores completamente manuales que tiempo atrás descubrí en el hospital donde los microbios actúan con más frecuencia que en otros edificios públicos. Y se me antoja que la eficacia de ambos dispositivos debe ser similar.

A mí me parece un completo derroche si tenemos en cuenta que han puesto suficientes máquinas eyaculadoras para atender a los aproximadamente 2.500 empleados públicos de mi organización, así como a todos los ciudadanos que vengan a nuestras dependencias.

No quiero quitarle importancia al asunto de la gripe, pero tampoco es necesario matar moscas a cañonazos (o matar virus con bactericidas expulsados por máquinas eyaculadoras automáticas). No sé a cuanto ascenderá el coste del invento, ni cuanto habríamos ahorrado si se hubieran utilizado dispensadores manuales de los de toda la vida, pero me indigno porque son muchos los proyectos y trabajos que este año no hemos podido abordar por los recortes presupuestarios, y algunos de ellos podrían haberse ejecutados con un coste raquítico.

Cuando lo comenté con un compañero (y a pesar de ello amigo) me dijo que probablemente los habían puestos automáticos para evitar el contacto físico con la máquina y minimizar el contagio, lo cual me parece una auténtica chorrada, ya que si bien al pulsar con el pulgar (pongamos por caso) nos arriesgamos a que el dedo se llene de virus H1N1, acto seguido dicho dedo va a ser descontaminado frotándolo con el gel que la propia máquina expulsará sobre nuestra otra mano. Además, siempre podemos presionar el dispensador manual con el mismo codo que desde hace poco utilizamos para depositar las consecuencias de los estornudos.

En fin, que pueden ustedes tacharme de mezquino, pero es que esta estúpida historia me recuerda un texto que escribí hace un año y medio aproximadamente y gracias al cual conocí a Carlos Guadián. Dicho texto no se encuentra en este sitio web, así que voy a permitirme “pegarlo” en el siguiente post porque, hoy más que nunca, tiene sentido. Se titula “La Administración de bajo coste”.

13 comentarios en «El eyaculador automático»

  1. A mi me parece que cualquier medida en contra de la gripe es bienvenida, de hecho yo he dejado de agregar amigos en facebook y en twitter para reducir el riesgo de contagios.

Los comentarios están cerrados