Festejos democráticos

El día 15 de agosto se celebra la Assumptio Beatæ Mariæ Virginis (Asunción de la bienaventurada Virgen María), Madre de nuestro Dios y Señor Jesucristo, que, acabado el curso de su vida en la tierra, fue elevada en cuerpo y alma a la gloria de los cielos. Eso de que un muerto, o muerta, suba al cielo arrastrando su cuerpo junto con su alma es algo tan digno de admiración que esta festividad religiosa (de las Iglesias católica y ortodoxa) se ha convertido en España en fiesta nacional, a pesar de que somos un Estado laico. Además, son multitud los municipios que hacen coincidir este santificado día con su semana grande (o feria, o fiesta mayor o como quieran llamarla).

Táchenme de aburrido si quieren -seguro que aciertan-, pero no soy amigo de eventos festivos multitudinarios que, disfrazados bajo el calificativo de cultura, folclore y tradición, invita a beber en exceso, a hacer ruidos ensordecedores, a bailar hasta la extenuación y en algunas ocasiones a maltratar animales hasta la muerte. Con frecuencia creando un ambiente propicio para el consumo de droga por los jóvenes y provocando peleas callejeras. Todo ello impulsado, promovido y sufragado por las Administraciones Locales.

A finales de los años 80 comencé a trabajar en la Administración, y mis deberes me obligaban a visitar los municipios de mi provincia, incluso en períodos festivos locales. En una ocasión, un interventor municipal, perro viejo en su trabajo y que había estado destinado en muchos municipios, me contaba que con el advenimiento de la democracia y durante la transición, la partida presupuestaria municipal que más había crecido, y con diferencia, era la dedicada a todo tipo de festejos. Le pregunté los motivos, y él lo argumentó de la siguiente forma:

—Si un alcalde, por ejemplo, mejora el saneamiento de su pueblo, evidentemente sus convecinos se alegrarán, pero en pocos meses se habrán acostumbrado al mejor funcionamiento de las alcantarillas y se olvidarán de las obras, por lo que este esfuerzo para la mejora vecinal no repercutirá notablemente en los votos de las siguientes municipales (salvo que haga la obra inminentemente antes de las elecciones). Además, los vecinos entenderán la obra sanitaria como una obligación del consistorio y por tanto no como algo digno de premiar con los votos.—

—Tiene sentido lo que dices —le contesté—, pero qué tiene esto que ver con el incremento del gasto en festejos— inquirí.

—Pues muy fácil —continuó el interventor—, los nuevos alcaldes democráticos prefieren gastarse ese dinero en otras actuaciones que le proporcionen más réditos electorales. De esta manera, si el regidor municipal organiza para sus vecinos unas fiestas de puta madre (sic), estos esperarán ansiosos las siguientes fiestas, y el alcalde obtendrá más votos en las siguientes elecciones municipales.—

Yo no me acababa de creer sus argumentos, y entonces el interventor para convencerme me dio una relación de las fiestas que durante el año anterior se habían celebrado en el pueblo en el que nos encontrábamos:

  • Entre diciembre y enero, durante las Navidades, se habían celebrado multitud de festejos y eventos lúdicos en las plazas y calles del pueblo, con cabalgatas, pandas de villancicos, pasacalles, actuaciones, petardazos y todo tipo de manifestaciones ruidosas…
  • Entre febrero y marzo, los carnavales se alargaron hasta casi 10 días, con entierro de la sardina incluido. De nuevo las actuaciones musicales ruidosas de dudoso gusto y los petardos fueron protagonistas. Convecinos ebrios de felicidad y alcohol, y con disfraces incalificables, disfrutaban del ruido.
  • En abril la Semana Santa, que se convirtió en festejo en lugar de ser días de recogimiento y oración. En el pueblo es muy típico hacer un via crucis paralelo al religioso en el que se sustituyen las oraciones en cada estación por chupitos en las tabernas.
  • El mayo fue el día Corpus, con procesión incluida y figuración de los altos cargos municipales en la comitiva, con el alcalde en primera línea.
  • En junio fueron las veladillas de San Juan, con actuaciones y alcohol desde primeras horas de la tarde caldeando el ambiente para el salto de las hogueras por la noche.
  • En julio se celebró la feria del pueblo, de diez días de duración (comenzando un viernes con un alarde pirotécnico hasta el domingo de la semana siguiente) y con actuaciones de artistas de primera línea (en su caché, mas que en su calidad artística) en la caseta municipal de entrada libre.
  • En agosto, y para no ser menos, se organizó una segunda feria paralela a la feria de la capital.
  • En septiembre se organizó la tradicional romería del Santo Patrono con subida a la ermita y parada en el camino para reponer fuerzas con el hornazo acompañado de la bota con vino del país.
  • En octubre, como no había fiesta tradicional prevista se organizó una Semana Cultural que de cultura sólo tenía el trasiego de vinos de la zona (por su relación con la enología) que causo nuevos comas etílicos.
  • En noviembre se celebró el día de la toma del pueblo por los Reyes Católicos con desfiles y representaciones de las batallas (hubo más víctimas por culpa del alcohol que por los trabucazos).
  • ¡Ah!, y la salida hacia el Rocío la celebraron como si de un festejo propio se tratase, cortando el tráfico y acompañando a las carretas boyeras durante bastantes kilómetros provocando insufribles atascos en su devoto peregrinaje etílico –terror de la cabaña porcina- hacia Almonte.

Pueden imaginar el coste que tantas fiestas supone para las arcas municipales, y no se puede decir que estas fiestas tuvieran una orientación turística -lo que en parte las hubiera justificado-, ya que el pueblo en cuestión se caracteriza por su industria lavandera. Así que el objeto de tanto festejo era simplemente animar al personal autóctono.

Cuando hablo del coste que puede suponer estos eventos no me refiero tan sólo a la contratación de artistas, a la organización de las actuaciones, al montaje de las casetas, a la construcción de las carretas, a los espectáculos pirotécnicos… Otros gastos importantes son los relativos a la seguridad: policía, bomberos, protección civil… (muchos policías municipales ven en estas fiestas una forma de incrementar notablemente sus ingresos). También en consumo energético se gasta una buena cantidad, tanto en luces como en sonido.

Es cierto que el Ayuntamiento cobra a los feriantes por poner su kiosco o atracción en el real de la feria, pero estos ingresos apenas cubren una mínima parte de los gastos.

Esta conversación con el interventor me dio que pensar y desde entonces vengo observando las fiestas que se celebran en mi ciudad intentando averiguar sus ventajas e inconvenientes para la ciudadanía. Y hete aquí que en mi investigación me topé con un fenómeno curioso e inesperado, y que podríamos denominar «Ley de Crandell sobre la participación en los festejos municipales»:

Las personas que asisten a las actuaciones en las casetas municipales durante la feria son las mismas que van en las carrozas de las cabalgatas, que son también las que montan en las carretas que van hacia el Rocío, y las mismas que saltan las hogueras en la noche de San Juan, y quienes salen en las procesiones de Semana Santa, las mismas que se disfrazan en carnaval, las que participan en las representaciones de las batallas conmemorativas y, en resumen, disfrutan en todos los eventos festivos que el Ayuntamiento les organiza con dinero público. O sea, que las fiestas municipales las disfrutan siempre los mismos.

Esto es fácil de comprobar viendo las fotos de los festejos en la prensa local, especialmente en las ciudades y pueblos de tamaño pequeño y mediano.

El perfil de estas personas tan alegres y divertidas que anteponen su jolgorio a la tranquilidad de su vecino, es bastante peculiar: peñista convencido, convenientemente ataviado del disfraz que corresponda al festejo que se celebra, que se deleita con la música pachanguera, chistoso pero con poca gracia, con prominente tripa cervecera, con especial predilección por el jamón como alimento principal, muy escandaloso en sus manifestaciones festivas sin respetar a los vecinos que desean tranquilidad en lugar de jolgorio. Sobre su nivel cultural y/o académico prefiero no arriesgarme a opinar.

Y la conclusión que saqué de mi investigación es evidente: con nuestros impuestos, entre todos sufragamos los importantes gastos que supone organizar fiestas para que la disfruten unos pocos que, además, son siempre los mismos.

Yo, personalmente prefiero que arreglen el alcantarillado.

Nota: sí, ya sé que este año y por causa de la crisis en algunos municipios se han recortado gastos en esta partida, por ejemplo en mi ciudad, que se ha pasado de diez a nueve días de feria, de forma que el día que se ha eliminado es el que se dedicaba a los niños y en el que los feriantes hacían importantes descuentos en los carricoches.

11 comentarios en «Festejos democráticos»

  1. Absolutamente de acuerdo con todo lo que cuentas. Yo voy más allá, las fiestas tradicionales no se deben subvencionar con dinero público. Antaño, en la Edad Media o en el XIX las fiestas eran válvulas de escape necesarias para que por unos días la gente pudiera salir de su reprimida rutina. En nuestros días con libertades públicas y privadas garantizadas, no tiene sentido subvencionar botellonas o cogorzas populares.

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