La fuerza de la costumbre

Cuando un ciudadano entra a formar parte como un elemento más de la burocracia Administrativa rápidamente se acomoda a su quehacer diario, y lo realiza con mayor o menor eficacia pero siempre siguiendo el procedimiento establecido que normalmente es muy rígido. De hecho le han dicho que no se salga de él porque podría incurrir en alguna incorrección. Y se convierte en un elemento más de la maquinaria del Estado. Entonces, en poco tiempo la costumbre pasa a formar parte intrínseca de su vida laboral.

Y “La costumbre hace la ley”, dice un conocido principio jurídico. La costumbre hace que las personas dejen de reflexionar acerca de lo que les rodea y se contenten con aceptarlo. La costumbre tiene dos elementos, uno objetivo, que implica repetirse constantemente, y otro subjetivo o psicológico, que expresa la convicción de la veracidad de ese componente sin necesidad de más consideraciones, por eso es tan difícil cambiar los hábitos.

El cambio genera incertidumbre, e implantar una nueva forma de trabajo significa alterar los hábitos de muchas personas y enfrentarse al inmovilismo y la costumbre, por eso, cuando más falta hace la implicación y colaboración de los participantes en el proyecto, lo que se consigue es su rechazo, o cuanto menos apatía y desinterés. Esa oposición al cambio es lo que coloquialmente se denomina “la fuerza de la costumbre”.

Es una fuerza enorme, comparable en magnitud a la Fuerza de la Gravedad, pero además incumple la Primera Ley de la Termodinámica (también llamado Principio de Conservación de la Energía) porque conforme transcurre el tiempo dicha fuerza crece imparable y desmesuradamente sin que exista intercambio ni conversión energética alguna. Crece así, sin más.

Y en mi opinión este es uno de los principales problemas a los que se enfrentará la puesta en práctica de la Ley 11/2007 de acceso electrónico de los ciudadanos a los Servicios Públicos.

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